García Alix. Una fórmula de impacto



El artista explora la necesidad que tiene el público por divinizarlo, aprovecha el escándalo provocado a causa de mostrar rincones “indecentes” y como una diva envanecida, aparece demacrada mientras se pregunta cuál es el sentido de la vida y se regodea en su fama. Pretende salir de fórmulas para saber si realmente puede confiar en si mismo pero le vence el miedo y sigue ofreciendo al público lo que busca y necesita. 

 Es una exposición triste, me comentó alguien: vivir al límite, la movida madrileña, unos ochenta impúdicos cargados de autoafirmación.

Sus principales virtudes son la economía, la sutileza y el control. La contención, el hastío, la angustia se superponen en un estilo llano, frío, descarnado aunque no falto de emoción. Donde habita la violencia y cierta desazón de antihéroe que atenta contra la propia vida y que deja entrever la desilusión perenne y una gran dosis de molestia y sarcasmo con que mira a su alrededor. Que sin embargo, encuentra gozo en exponerlas con cierto orgullo retador ávido de escándalo. 

Pero no nos dejemos llevar por esta falsa modestia que parece apelar a nuestra compasión. El interés por deshacer la pose, de presentarse en un ingenuo falta de expertise se desvanece ante la verdadera esencia ególatra. El retrato mueve a la piedad, a buscar rincones de humanidad en que se toca al hombre de carne y hueso que es capaz de mostrar su rostro más desfigurado, más ridículo, menos glorioso, retratando la hondura en la que pueden caer la dignidad y el recato, pero no sin vanidad. Hasta en los momentos más escandalosamente indignos se pueden encontrar destellos de vanidad que miran sin pudor al espectador. 

La técnica va mejorando con el tiempo. Los tiempos de partida que se satisfacen con la ingenuidad, el azar, la falta de pericia, van dando lugar a una técnica más acabada, donde ya se ha perdido la candidez y todo tiene un toque más estudiado. Lo que parecía una total irreverencia hacia el oficio, el juego de chico malo e iconoclasta, se va transformando en una fórmula de impacto. El artista sabe cada vez más cuales son los toques maestros, cuáles los mejores encuadres y composiciones y se pierde cierta dosis de inmediatez, simplicidad y pureza. 

El erotismo se traduce en pasajes posesivos, directos y fríos que parecen arrebatarle toda dosis de trascendentalismo al amor. Le da al público una dosis, más que de sacrificio, de dolor y sufrimiento humanos que nos permiten acceder al “yo que sufre” como diría Susan Sontag. García Alix como tantos otros, ha encontrado una forma artística de sublimar su sufrimiento: el artista, que reemplaza al santo, es el sufridor ejemplar. La fotografía, como los escritos de Pavese, le sirven para sublimar una desinhibida exhibición ególatra. Parece adivinarse un amor por si mismo que le salva, que le permite someterse a la valoración y al juicio ajenos pero con una ambiciosa concepción del yo apuntalada y magnificada.

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